Cuando era niña tuve la fortuna de conocer de primera mano la quinta región de Chile, destacada por sus balnearios y de fácil acceso económico era la región masiva de veraneo con playas de agua congelada y arena de distintos colores. Un lugar entretenido que recuerdo es Rocas de Santo Domingo, ubicada en la ribera sur del río Maipo, tuve mis principales recuerdos adolescentes, un ambiente en que el contacto con el viento hacía sentir que los atardeceres y fogatas veraniegas eran eternas. Además de destacarse por sus jardines maravillosos, casas sin rejas y esquinas con olor a lavanda, sin duda es un lugar especial e ideal para compartir en familia. Otro lugar increíble y aún más importante fue Algarrobo (ciudad rica en flora y fauna, llena de texturas y tamaños arquitectónicos), donde pude compartir con mis abuelos maternos infinitas veces. Recuerdo observar a mi abuelo y su dedicación en el jardín que había frente a la casa, diseñado en pequeñas islas circulares con flores de toda la gama de colores… lejos lo mejor que he visto en paisajismo a escala humana. Esos primeros viajes de infancia fueron los que me hicieron tomar la brisa marina como uno de los tatuajes de vida que nunca se olvidan y que marcan la cercanía con el Océano Pacífico y su gente.
Años más tarde hubo un viaje muy significativo (mi primer internacional), donde los protagonistas Rodrigo y Nani se llevan el Nobel de la generosidad. Ellos, tíos paternos, con su corazón de algodón nos llevaron (Paula, Rosario y yo) a conocer Disney en Florida, Estados Unidos. Con sus herramientas emocionales muy trabajadas hicieron que ese trip sin duda fuera otro tatuaje que no se olvida jamás, experiencia única con apertura de golpe al mundo y al nacimiento de la inquietud por saber que había fuera de las fronteras nacionales.
Días anteriores al primer viaje en medio de la pandemia me sentía confundida con respecto a ordenar la rutina fuera de casa por tanto tiempo, guiándome mucho lo aprendido de mi madre, sin duda su mente sistemática hizo que cada vez fuera menos tedioso el cambio de país. También llamada Macarena, desde que tengo memoria anota en una libreta todo lo necesario para la gran mudanza que significaban las vacaciones. Alistaba desde lo más minúsculo como la pasta dental – en un neceser – hasta la ropa de cama; minuciosamente calculaba todos los rincones posibles de abastecimiento. Mientras crecía siempre sentí que era una exageración tanto orden en los viajes, -hasta me molestaba- sentía que el acceso a las cosas es casi universal… sin embargo, la vida te da sorpresas. Actualmente he replicado su sistema y escribo cada cosa que llevar, cotizo los supermercados para el menor precio, hago presupuestos de viajes interurbanos, aerolíneas, buses, navieras, intercambio de divisas y si bien también anoto, lo hago en el celular.
Cuando se decide cambiar de vida lo primero que afloran son los miedos e inseguridades, lo que con el tiempo se va afinando como un piscinazo sin ropa alguna, donde aflora un reseteo de mente a cada nuevo lugar. Con el tiempo se va aprendiendo que todas las ciudades tienen una cara que quieren mostrar. Por esto, los lugares se aceptan tal cual son: con transparencia, sin juicios ni egos. Adicional a esto, hay un factor que considero no se puede descuidar: la responsabilidad. Algo tan evidente que muchas veces no se respeta. En mi opinión “ser buen turista” no significa ir a mejores lugares o mejores hoteles o manejar un mejor presupuesto o tomar la mejor foto… es simplemente tener buen comportamiento. La adaptación a cada lugar es primordial para crear nuevas relaciones amistosas y respetar las ciudades como un todo, la crítica queda para después. La visita sea donde sea debe tener mucho tiempo de observación, ya que, desde Tacna a Tulum hay una realidad que mostrar… siento que ahí está la responsabilidad del trotamundos.