Algunos países documentados

por continente

Palestina

Palestina

Perder el último bus y quedar varada en Belén en plena Navidad suena a tragedia… hasta que se convierte en milagro. En una ciudad abarrotada, sin alojamiento disponible, un hotel apareció como caído del cielo. Su gerente, musulmán, me preparó una cena navideña con galletitas incluidas. Fue ahí, rodeada de luces tenues y hospitalidad inesperada, donde comprendí que la magia no siempre viene del lugar, sino de quienes lo habitan.
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Jordania

Jordania

Amán se extiende sobre colinas que parecen susurrar siglos. En su museo, bustos del Neolítico —de ojos inmensos y rostros sin tiempo— te miran como si guardar secretos de la humanidad fuera su tarea eterna. Jordania fue también mi primer contacto con un país musulmán más estricto: códigos, miradas, rituales. Aprender a adaptarse sin renunciar a la esencia es una de las mayores lecciones del viaje.
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Israel

Israel

Jerusalén impresiona. No solo por sus muros milenarios o su carga espiritual, sino por el contraste brutal entre lo sagrado y lo bélico. En sus calles conviven templos y soldados, adolescentes con fusiles colgados al hombro, y miradas endurecidas por un deber que llega demasiado pronto. El servicio al cliente se siente distante, casi automático, como si la hostilidad del conflicto hubiera calado hondo en el trato cotidiano. Una ciudad fascinante, pero no fácil de habitar desde la sensibilidad viajera.
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Corea del Sur

Corea del Sur

Seúl es brillante, tecnológica y eficiente. Pero también puede ser un espejo que te devuelve lo diferente. Las barreras idiomáticas se volvieron muros cuando una urgencia dental me obligó a buscar atención médica en un entorno donde el inglés escasea. Más duro aún fue enfrentar la discriminación racial y etaria: miradas esquivas, silencios incómodos, puertas que no se abren para todos por igual. No todo viajero busca selfies; algunos buscamos conexión, y a veces, eso también duele.
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Kazajistán

Kazajistán

Mi primer país de Asia Central. El primero también del ex bloque soviético. En Kazajistán sentí lo que es presenciar un renacer: el idioma kazajo quiere desplazar al ruso, las mezquitas se alzan con firmeza, y la historia —por años silenciada— empieza a recuperar su voz. Conocer a las guerrilleras kazajas, mujeres de fuego en tierra de estepa, fue un honor que me marcó. Un país desconocido para muchos, pero con una identidad que late fuerte, aunque haya estado mucho tiempo bajo tierra.
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Mongolia

Mongolia

Ulán Bator, la capital más fría del mundo, me recibió con su aliento helado y su historia milenaria. En cada rincón, la figura de Gengis Khan recuerda que este pequeño país alguna vez dominó medio planeta —y dicen que casi todos llevamos un fragmento de su ADN, ¿curioso, no? Pero Mongolia también es presente: estepas abiertas, tradiciones nómadas que persisten y familias que viven en movimiento, con confort moderno, pero alma libre. Un país que no se entiende con prisa.
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Kirguistán

Kirguistán

Kirguistán me recibió con montañas majestuosas, lagos como espejos y una cultura tan ancestral como indomable. Pero más allá de su belleza, descubrí una realidad difícil de ignorar: el ala kachuu, una práctica donde mujeres son secuestradas para casarse a la fuerza, aún ocurre fuera de la capital. Viajar también es mirar de frente lo incómodo, y entender que no todo lo hermoso es justo.
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Islandia

Islandia

Tierra de fuego y agua, donde glaciares y volcanes conviven como viejos enemigos condenados a entenderse. Islandia sorprende no solo por su geografía salvaje, sino también por su gente: en este país existe una app para evitar salir con parientes —sí, tal como suena— porque la población es tan pequeña que el riesgo es real. Clima hostil, afecto escaso, conversaciones breves. Un país para valientes, donde la naturaleza domina y la calidez humana no siempre se deja ver.
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Noruega

Noruega

Tierra de vikingos, sí… pero no como los imaginamos. Fue aquí donde se descubrió el primer casco vikingo auténtico del siglo VIII —sin cuernos, por cierto. Hoy, Noruega es una sociedad multicultural, moderna y de altísimo estándar de vida, donde migrantes de todo el mundo han tejido nuevas capas de identidad. Oslo, su capital, es una joya cultural: museos, arquitectura y arte, incluyendo el inquietante cuadro de El Grito... ya sabrás de qué hablamos.
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Letonia

Letonia

Letonia es una de esas joyas que Europa guarda en silencio. Poco conocida, económica, limpia y con un aire felino —sí, los gatos son casi protagonistas en esta tierra tranquila. La influencia rusa quedó atrás, y lo que se respira hoy es una hermandad sólida con sus vecinos estonios y lituanos. Pueblos que comparten historia, heridas y reconstrucción. Viajar por aquí es descubrir otra forma de Europa, más suave, más íntima.
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Argentina

Argentina

En la provincia de Entre Ríos, lejos del ruido de Buenos Aires, se esconde el primer museo OVNI de Sudamérica. Sí, un espacio dedicado a lo desconocido, lo inexplicable… y lo encantador. Allí conocí una Argentina distinta: tranquila, hospitalaria, libre del ego que a veces habita en las grandes ciudades. Una Argentina de mate compartido y cielos amplios. Una que todos deberíamos conocer.
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Surinam

Surinam

Surinam es uno de los tres grandes olvidados de Sudamérica, junto a Guyana y Guayana Francesa. No mira al sur ni al continente: su alma apunta al Caribe, y su cuerpo se funde con el Amazonas. Allí viví lo impensado: lluvias torrenciales que inundaron la casa en plena selva, mientras el mundo parecía desbordarse dentro y fuera. Una locura, sí, pero una experiencia que no cambiaría por nada.
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Guayana Francesa

Guayana Francesa

Conocer Kourou, desde donde despegan cohetes al espacio, fue una expansión cerebral. Estar allí, en plena selva sudamericana y al mismo tiempo tan cerca del cosmos, fue una de esas medallas que se ganan viajando. Siempre soñé con conocer los tres olvidados de Sudamérica, y con Guayana Francesa cerré el círculo. Todo suena en francés, pero se vive en inglés. Todo es tierra firme, pero se siente como una isla. Sin duda, volvería a este puerto espacial: aún queda mucho por explorar.
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Australia

Australia

Llegar a Oceanía es entrar a otro mundo. En Australia no abundan las fachadas europeas ni los outfits glamorosos: aquí manda lo cómodo, lo playero, lo simple. Sydney es una locura vibrante y luminosa, donde todo parece moverse con soltura. Pero no todo fue ideal: un jabón de hotel me quemó la cara y aprendí —a la mala— que hasta lo más mínimo puede convertirse en historia. Viajar es eso: ir sumando experiencias, aunque algunas ardan un poco más que otras.
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Nauru

Nauru

La isla de Nauru, diminuta y perdida en medio del Pacífico, es uno de esos lugares que cuesta encontrar en el mapa… y aún más entender. Su pasado de riqueza minera contrasta con el presente de abandono y resiliencia. Llegar allí es presenciar el eco de una historia mal contada, pero viva. Un territorio pequeño en tamaño, pero enorme en lecciones sobre el impacto humano y la capacidad de seguir adelante.
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